Con el estreno de tres carpas con sommier a orillas del Bermejito, la Fundación Rewilding busca impulsar el turismo sustentable en una región donde no había alternativas hasta ahora.
Hasta hace pocos días no había manera de quedarse a dormir para explorar como merece el nuevo PN El Impenetrable. Los parajes Miraflores y Nueva Pompeya, a más de 60 km de La Armonía –puerta de ingreso al área protegida– obligaban a recorrer largas distancias.
Todo cambió gracias a la iniciativa de la fundación Rewilding y el Instituto de Turismo de Chaco que acaba de inaugurar un glamping (neologismo muy en boga, que surge de la fusión de glamour y camping) con tres carpas triples equipadas con somier.
La ONG que encabezó Douglas Tompkins –llamada Conservation Land Trust por entonces– intervino, hacia 2014, también en la gestación del parque, cuando varios organismos públicos y privados unieron fuerzas para frenar la desaparición del hábitat, amenazado por la explotación forestal y ganadera, al crear esta reserva en territorio chaqueño en lo que fue la antigua estancia La Fidelidad: una vasta extensión atravesada por los ríos Teuco –Bermejo– y Teuquito –o Bermejito– que trasciende la frontera con Formosa. Recién en 2017 Parques Nacionales pudo instalarse para custodiar la zona.
Se trata de nada menos que 128.000 hectáreas protegidas en el segundo corredor de bosque continuo más grande de Sudamérica, después de la Amazonía.
El paraje La Armonía es un pequeño poblado de 13 familias que, en el nuevo escenario, quedó al margen del parque nacional y ahora se prepara para recibir a visitantes.
A medida que uno se acerca a él, el camino se angosta, el monte se expande. Una, dos, tres casas desperdigadas. El monte esconde. Entre los árboles, una pasarela de madera elevada conduce hacia las carpas.
El glamping de La Armonía es un conjunto de tres carpas sobre plataformas rodeadas de monte, a orillas del río Bermejito y a metros del acceso al área protegida. El diseño en altura está inspirado en las carpas de los parques de Sudáfrica que evitan el pisoteo degradante del suelo y, además, resguardan de la humedad.
La carpa es espaciosa, tiene tres camas sommiers, escritorio, mesas de luz –con flores recién cortadas– y amplias ventanas con tela mosquitera. La vista del entorno hace que estar adentro sea como estar afuera, en medio del paisaje. Todos los accesorios fueron hechos por artesanos locales: mantas, bancos de madera, cestos, alfombras y lámparas de palma caranday. El baño completo con ducha de agua caliente y la luz por sistema solar le dan carácter de hotel, pero sin perder conexión con la naturaleza. Confort y ambiente agreste combinan muy bien.
El almuerzo de bienvenida es un chivito en la plaza del paraje. Allí está la “patilla”, parrilla típica de la zona que consiste en una base cuadrada de ladrillos sobre el piso cubierta por un techo de troncos. Esta forma permite que se arme una ronda alrededor, y así compartir charlas a la sombra durante la cocción.
Después, a recorrer. Un puente de madera cruza el Bermejito y se accede al parque. El nombre de “Impenetrable” responde a varios motivos: la escasez de agua que impedía su exploración, la cerrada vegetación del monte y la presencia de grupos nativos que se resistieron a ser colonizados. El sendero por recorrer es una fina línea cobriza que se fuga en un contorno verde. Nunca hay que olvidar la advertencia: no salir del camino para entrar en el monte, cuya vegetación uniforme hace perder toda referencia; diez metros son suficientes para extraviarse, y volver sobre los propios pasos es prácticamente imposible.
Junto a un enorme yuchán –palo borracho de 15 metros de alto– uno puede enterarse de sus virtudes sanadoras: una decocción de siete espinas, quitadas del lado por donde sale el sol, es el mejor remedio para el asma. En cuanto a la forma del tronco, hinchado como una panza, inspiró a los pobladores de la región a construir chalanas –canoas– y bationes, que probablemente venga de “batea”, y sirven de bebederos para el ganado.
Según los registros de la estación biológica de la fundación, en estos bosques de quebrachos, algarrobos y palosantos viven 51 especies de reptiles, 345 de aves y 58 de mamíferos, entre ellos, familias de osos hormigueros, tapires, pecaríes y un yaguareté. Solo, en el monte, vive Qaramta –en lengua qom, “el que no puede ser destruido”–, el único registrado desde la creación del parque. Gracias a un collar satelital, los biólogos pueden monitorear diariamente al último gran felino. El plan es ayudar a generar una nueva población en la zona, que consiste en llevar hembras provenientes de cautiverio y propiciar apareamientos en recintos especialmente diseñados para tal fin. En 2020, Qaramta se juntó con Tania, y en septiembre nacieron dos cachorros que serán liberados cuando lleguen a la adultez. Es la única esperanza para el futuro del máximo depredador.
De regreso hacia el río, se cruzan dos corzuelas y varios tatús bolita. Como el monte es cerrado, los avistajes son más comunes cuando los animales atraviesan el camino o se acercan a tomar agua a los ríos. Dicen que en verano se ven familias enteras de tapires echados en el camino tomando sol.
Navegar los cursos fluviales del parque es otra manera de conocerlo. El Bermejito está alto de diciembre a junio y bajo de julio a noviembre. Su color chocolatoso contrasta con el verdor de sus orillas, llenas de timbós, vinales, mistoles y chañares. Desde La Armonía se pueden hacer paseos en kayak de una hora y media o recorridos de día entero. La corriente es leve y la dificultad es baja. Algunos árboles caídos cubiertos de enredaderas forman islitas que es preciso rodear.
La RP 9 bordea el parque y el Bermejito; en el camino, aparecen otros parajes habitados, como Santa Teresa. En sus prácticas artesanales, se nota una fuerte tradición ligada al uso del caballo. Del cuero salían riendas, bozales, rebenques –aquí llamados guachas– y lazos para arrear ganado. Y con la lana de las ovejas, tejidos para la montura: el pelero, que va debajo para amortiguar el galope, se hacía sin dibujo; en cambio el jergón, que va sobre la montura, quedaba a la vista y por eso se hacía más vistoso y colorido, y se usaba para eventos o fiestas. Todas estas costumbres mermaron a partir de la década del 90, cuando los habitantes del paraje comenzaron a recibir pensiones del Estado y apareció la moto como medio de transporte. El dinero habilitó la posibilidad de comprar objetos industriales que remplazaron algunos mobiliarios en madera hechos por ellos y, también, de pagar la nafta para la moto. Junto con el caballo, se perdieron el arte de trabajar el cuero y el tejido.
Así como se pone el foco en la conservación del ecosistema, ¿por qué no rescatar una cultura ligada a su entorno natural? Emprendedores por naturaleza es el nombre del programa con el cual Rewilding ayuda a generar arraigo y orgullo en los saberes propios de la comunidad. Luego de tomar contacto con los pobladores, se les propuso que hicieran artesanías para el turismo según las habilidades de cada cual: en madera, en cuero, en tejido. Estos intercambios hacen que se recupere el valor de sus oficios y la autoestima se reafirme.
El taller al aire libre de Emberto Romero (63) huele dulce y el suelo se ve azul: el palosanto está presente por todo el ambiente. Emberto era el carpintero del paraje Km 23 y hacía las cruces de las tumbas de los familiares de los vecinos. Dejó de trabajar por unos años, pero ahora dedica buena parte de su tiempo a buscar madera seca por el monte para hacer morteros de duraznillo o palosanto.
Dicen que la casa más prolija es la de Donata Soraire (54) y es cierto. El patio es de tierra, pero no tiene una pizca de polvo porque de tanto pisarlo y barrerlo quedó compacto. Su hija Olga la acompaña. En la familia de Donata todas las mujeres siempre tejieron, aprendieron como es costumbre: mirando y sin mediar la palabra. Donata esquila sus ovejas dos veces al año. Luego tisa la lana, es decir, la separa en partes formando tiras que después hila con el huso, instrumento ancestral de madera. Una vez lavada, la tiñe con colores vegetales. Con los frutos del árbol carandá (leguminosa de copa muy ancha) obtiene el amarillo; de la planta “pata”, el rojo, y “de la resina de los algarrobos que crecen junto al río saco un mayoncito, color triste, pero lindo”, explica Donata, mientras avanza en el tejido de unas formas geométricas. Ahora va a probar teñir de azul con unas ramitas de palosanto que le envió Emberto.
Aurelia Soraire (34) y Juan Cancio Montes (45) son pareja y trabajan a la par. Mientras Juan moldea una madera de guayaibí que se convertirá en una silla, Aurelia teje. Para hacer el dibujo, Aurelia usa un marcador y una hoja cuadriculada en la que cada cuadrado equivale a un punto. Va contando uno a uno para saber cuándo cambiar el color de la lana y que así se arme el dibujo: la línea negra del lomo de un oso hormiguero. Cuando era chica, las mujeres tejedoras utilizaban marcadores de revistas con diseños europeos de pinos, niños en trineo y escenas que sucedían en una nieve que nunca conocieron. Esos marcadores se gastaron o perdieron y, ante esta nueva oportunidad, desde el proyecto de emprendedores les acercaron motivos vinculados al monte y a la cotidianeidad que los identifica.
En el campo vecino viven sus tíos. Vitalina Soraire (65) corta el tupido cabello de Pancho Montes (73). A la interrumpida sesión de peluquería le siguen los mates, pan, paté y una buena conversación. Pancho fue peón durante 22 años en el campo La Fidelidad. Se encargaba del manejo del ganado en la zona de una laguna llamada El Suri, y toda su vida trabajó el cuero destinado a la fabricación de los accesorios para el manejo del caballo. Antes no había ruta, sólo sendero, y para buscar los animales había que meterse entre las plantas pinchudas del monte.
El vinal es un árbol que desarrolla espinas de diez centímetros; por eso se usa el coleto, una prenda que protege todo el cuerpo del jinete y un guardamonte para el caballo. En la actualidad, los campos de la zona no tienen alambrados, así que Pancho se viste de cuero y sale cada cinco días en pos de sus vacas cuando no vuelven al corral.
En el árbol de su patio cuelgan unos cueros. El hombre explica que pronto los pondrá en agua para ablandarlos y luego rasparlos con un cuchillo que les saque el pelo. Después de secarlos al sol viene el sobado, que consiste en acariciar el cuero insistentemente con la mano hasta ablandarlo. Hay que esperar un día húmedo y nublado para hacerlo, si no el cuero se puede rajar.
Pancho es un hombre muy vital. Es fácil imaginárselo ágil montando y arreando bagualas en el monte, esas vacas ariscas que se “asalvajan”. Vita y Pancho están contentos; hace unas semanas les dieron la vacuna contra el covid. “No queremos morir ni enfermar”, dice ella.
Doña Quintina tiene 90 años, usa bastón y todos los días visita a sus vecinos a pie. Su casa –dice– “es ahí nomás”. Sin embargo, el recorrido en camioneta desde la casa de Vita y Pancho demanda cientos de metros durante varios minutos hasta llegar a la suya.
De regreso a La Armonía, por la ruta que atraviesa el bosque, una familia de pecaríes de collar cruza el camino. Son varios, pasan de a uno y desaparecen entre los árboles. El monte continúa guardando y protegiendo.
El Bermejito. Tres carpas triples. Las camas son somiers individuales que pueden unirse para formar una matrimonial. Las carpas cuentan con luz eléctrica de alimentación solar y ducha con agua caliente. La estadía incluye el desayuno que es servido en el deck de la carpa en horario a convenir. $12.000 por carpa. T: (0379) 465-4988 (se lo contacta por WhatsApp y no por línea). También se puede contactar por Instagram en @destinoimpenetrable o por mail a [email protected].
Fuente: La Nación.
martin zaitch
29 de enero de 2024 en 16:14buenas quisiera saber los precios para una pareja con hija de 7 años, y si hay disponibilidad para el findesemana de carnaval, gracias
Daniela
23 de agosto de 2024 en 10:50Me gustaría saber cómo se llaga desde Buenos Aires
Saludos